Por HABIB MERHEG MARÚN
Así, sin palabras más rebuscadas, se definen las y los miembros del Sintrasexco, el primer sindicato de personas dedicadas a vender sexo a cambio de dinero.
Entre las siliconas desproporcionadas y los carros caros y el miserable portón de cualquier hotelucho, pasando por las conocidas antes como “casas de citas» , hoy “clubes nocturnos», transcurre la vida de miles de mujeres, hombres, trans y todas las demás denominaciones que se han inventado para clasificar las preferencias sexuales, que viven de vender su cuerpo.
Sin importar los dos mil y pico de años que han pasado desde que en el episodio bíblico la prostituta se salva de morir apedreada gracias al reto de Jesús “quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”, como sociedad seguimos viendo “el oficio más viejo del mundo” con ojos de prohibición, con ambiente de pecado, y vamos acusando, juzgando y condenando de una vez olvidándonos que si hay oferta es porque existe demanda.
Lo dijo la filósofa en su poema por allá hace 300 años: “¿Quién peca mas: el que peca por la paga o el que paga por pecar? Filósofa y monja, lo que le pone a la frase mucho más peso.
Ojalá nadie tuviera que vender ni comprar sexo, pero mientras como sociedad alcanzamos ese nivel de desarrollo -y lo veo lejos- que sus protagonistas busquen asociarse para intentar conseguir mejor trato, defender sus derechos laborales, dejar de cargar exclusivamente con toda la “culpa» y actuar como grupo ante las mafias y personas que se quedan con una gran parte de su dinero, es una iniciativa que merece más difusión y más respaldo aunque tienen una tarea muy difícil en medio de una sociedad que condena al que cobra pero se hace el de las gafas con el que paga.
Director: Habib Merheg Marún