El pesebre de la sede de la cristiandad, el Vaticano, solo tiene dos animales: un burro y una oveja, pero en el de muchos hogares colombianos, abundan las especies animales y hasta fachadas con avisos de negocios de cadena.
Es el toque personal que cada uno le va poniendo a su pesebre sin considerar la tradición pues más que un asunto religioso, es un adorno navideño en el que participan muchos miembros de la familia.
Hay un espejo sobre el cual “nadan” los patos de plástico, gallinas y pavos de todos los colores, caballos y, por supuesto, muchas ovejas, que constituyen parte esencial de los pesebres colombianos sin que, para la época del nacimiento de Jesús, formaran parte de la vida cotidiana de Nazaret, con excepción de los equinos, pieza fundamental del ejército romano dominador de la zona en ese entonces.
Pero como buena mezcla de rituales, la Navidad acepta desde pesebres donde las personas son más grandes que las casas, hasta remisión de cartas a Papá Noel y al Niño Dios, pasando por árboles llenos de colores y luces que, por baratas, cada vez abundan en mayor cantidad e idéntico desorden.