En Irán la gente se muere de muchas enfermedades como en cualquier país del mundo. Pero en muy pocos, el estado los condena a muerte por delitos como “ofender a Dios” lo que sí pasa en la república islámica que viene sacudida por protestas sociales fuertes desde hace varios meses.
El turno en el patíbulo iraní es para el karateka Salh Mirhashmi, cinturón negro, 36 años. Su “ofensa a Dios” se dio, según las autoridades iraníes, por estar implicado en la muerte de 3 miembros de las fuerzas de seguridad ocurrida en una de las manifestaciones de protesta por la muerte de Mahsa Amini acusada por la “policía de la moral” de no vestirse como mandan los cánones religiosos impuestos en el país.
Hace pocos días fue condenado a muerte y ejecutado en la horca otro karateca iraní llamado Mohammad Mehdi Karami acusado de los mismos delitos de Mirhashmi.
Sin importar qué tipo de religión se practique o a cuál de los dioses se le rece, cualquiera de ellos se ofendería al saber que hay un país donde los ahorcan en su nombre por no estar de acuerdo con algunas cosas tan mundanas como portar o no ciertas prendas de vestir.