Quizás una de las cosas que la vida entrega por igual a todas las personas es el derecho a soñar. Depende de cada uno ejercerlo en la medida que sus anhelos, su formación y sus esperanzas se lo permitan. Pero es un derecho que está ahí, al alcance de cada uno.
En Colombia nos ha faltado ser mas soñadores. Somos parranderos, optimistas, tropicales, nos le medimos a todo y nada nos queda grande. Gracias a eso hemos podido sobrevivir. Pero nos ha faltado tener más sueños.
Porque soñar es imaginar con esperanza, sin pensar en las limitaciones ni en las fronteras. Soñar es la mejor expresión del optimismo. Y el significado de optimismo es algo que a punta de una realidad que insiste en golpearnos, se nos ha ido olvidando. Siempre es mas fácil ser fatalista. Y más, muchísimo más dañino.
Soñar es gratis, además, y está fuera del alcance de cualquier reforma tributaria. Es un ejercicio íntimo que no requiere mas insumos que las ganas de hacerlo. Y se puede practicar casi en cualquier parte.
Cuando se sueña, se imagina un estado de las cosas que uno quisiera. Por motivos aún desconocidos, soñar acerca al soñador a sus metas. No hacerlo, lo aleja.
En tiempos de nuevo gobierno, de nuevos anuncios sobre paz, sobre seguridad alimentaria, sobre más y mejores oportunidades de educación y empleo, vale la pena soñar como fórmula que nos estimule a ayudar en lugar de dejarnos llevar por los fáciles caminos de la contradicción sin razones.
Soñemos con un país libre del problema del narcotráfico, con un campesinado fortalecido dedicado a la agroindustria. Soñemos con calles sin enfermos drogadictos fruto del descuido estatal y familiar. Permitámonos soñar con una Colombia conectada que explote mejor sus llanos y sus mares y les permita a sus ciudadanos acceder a comida buena y barata.
Soñemos con un estado fuerte trabajando de la mano de la empresa privada, soñemos con un sistema de salud que trabaje más en la prevención que en la curación, soñemos con que ningún niño en el país crezca con miedo y sin esperanza.
El campo de los sueños es infinito. Pero no basta con soñar. Una vez logramos visualizar el estado de las cosas que queremos alcanzar, hay que ponerse a trabajar, y duro, para intentar conseguirlas. Una y otra vez. Y si no lo conseguimos, volvamos a soñar y sigamos trabajando. No hay caminos mágicos ni fórmulas milagrosas.