En este país de leyes, de conceptos y de abogados, lo que hoy es una cosa, mañana puede ser otra y si el ciudadano logra sobrevivir algunos años más, lo que se dijo alguna vez significará todo lo contrario dependiendo de cómo, cuándo, en dónde y a quién se le oyó decir.
Es el caso de los toros o de la tauromaquia. Mientras en Bogotá no hay, en Cali y Medellín, sí. Y en decenas de pueblos de la costa, las corralejas, versión criolla de la costumbre traída por los españoles, se desarrolla con todas las características de improvisación, desorden y ríos de alcohol que fluyen entre sus fanáticos convertidos en toreros desarrapados.
La Corte Constitucional le ha ordenado al gobierno bogotano que destine la plaza de toros a la tauromaquia porque esa actividad es un arte y porque hay que preservar la “cultura taurina”, lo que eso quiera decir, incluyendo la tortura, el maltrato y el sufrimiento irracional de un animal.
El presidente Petro y varios congresistas que insisten en proyectos de ley para prohibir tal actividad, se han manifestado sobre lo decidido por la Corte. El presidente instó al congreso a legislar, pero todos los intentos hasta hoy han fracasado.
En este cambiante país es probable que mañana salga una norma nueva que descarte la de ayer. Y así, hasta el final de los tiempos.