Opinión: Mauricio Guzmán Cuevas
Siempre me angustió que alguien se quitara la vida como consecuencia de un momento de locura o de profunda tristeza. Me decepcionó quienes lo hicieron por desesperación o temor a enfrentar las dificultades de la vida. O más aún porque la vergüenza frente a un error o falta cometida los llevara a no ser capaces de dar la cara ante la justicia, la familia y la sociedad.
Estuve en ese trance cuando el proceso 8.000 me pidió explicaciones sobre mi comportamiento en esa campaña política y la verdad mi vergüenza era tal, que no me perdonaba haber cometido esa falta. Lo embiste además a uno el miedo y piensa que la mejor solución es quitarse la vida para que la conciencia no nos siga atormentando. No cometí esa estupidez por amor a mi esposa, a mis hijos, a mi familia y a las personas que había defraudado.
Lo correcto era asumir ante la justicia con honor el castigo que tocara, que disfrazar con un suicidio mi cobardía. Por eso hoy me impresiona la noticia del suicidio de Alan García. Porque ese no era el camino permitido para quien ha merecido la confianza y el respaldo ciudadano. Si lo están calumniando batalla hasta demostrar su inocencia. Y si cometió un delito asume las consecuencias y afronta el castigo.
Le faltó al expresidente recordar que desde la antigüedad un guerrero muere en el campo de batalla y después de cientos de ellas. Y que es la vida y no la muerte la que no tiene límites.