El 20 de noviembre arranca el Mundial de Catar y tal vez por no haber clasificado, la temperatura en Colombia no ha subido tanto como en otras ocasiones en que, faltando semanas para empezar, ya había fiebre de fútbol en calles, negocios, medios, todo olía a copa del mundo.
La otra razón tal vez, es que el Mundial se hará en un mes muy distinto a las últimas ediciones motivado por el clima que impera en el país realizador y que obligó a trasladarlo del tradicional junio-julio a noviembre-diciembre.
Las condiciones sociales, políticas y religiosas de Catar también le ponen obstáculos a la fiesta del fútbol tal como la conocemos. En casi todos los países hay, cómo no, normas de conducta que cumplir, pero las de Catar son especialmente extrañas y riñen con el espíritu de la Copa.
Por ejemplo, el país es gobernado bajo la influencia poderosa del islam y en todos los aspectos de la vida están presentes estrictas normas como la de prohibir las muestras de afecto en público. Nada de besos, ni abrazos ni tomar de la mano a su pareja.
La diversidad sexual está penalizada por lo que cualquier miembro LGBTIQ que exponga su condición en el país, puede ir preso.
Al igual que lo anterior, el consumo de alcohol está prohibido y aunque el país ha hecho esfuerzos por disponer bebidas en los hoteles y algunas cervezas en los estadios, beber en la calle puede poner al sediento en serios problemas con las estrictas autoridades del país.
En cuanto a vestimenta, los organizadores recomiendan a los visitantes que lo hagan “con modestia”, es decir, cubrirse lo más posible sobre todo hombros y rodillas a la vez que advierten que estará prohibido quitarse la camiseta en los estadios.
O sea que, a 40 grados, sin cerveza para mitigar la cuasi deshidratación, bien tapaditos y sin posibilidad de quitarse la camiseta ni de agarrar de la mano a la pareja, Catar promete ser un Mundial aún más polémico de lo que ha sido antes de empezar con toda la historia sobre violaciones a los derechos humanos, a los de la mujer y a los de miles de obreros extranjeros que a manera de esclavos ayudaron a construir los estadios.