Por Mao Escribidor
No se puede negar que en muchas ciudades de Colombia, existe un rechazo absoluto ante los venezolanos que llegaron huyendo del régimen de Nicolás Maduro. Infortunadamente, muchos de estos vecinos se han convertido en una amenaza para la sociedad, producto de su conducta, en parte motivada por la crítica situación económica que los mantiene aislados en la miseria absoluta.
Algunos venezolanos llevan más de dos años en nuestro territorio, para suerte de unos, han podido encontrar un empleo, pero existe un gran número de venezolanos que lejos de conseguir un trabajo remunerado, los vemos en semáforos pidiendo limosna, vendiendo dulces e intentando llevar algo de comer a sus hogares improvisados en chichorros de plástico en parques y zonas comunes de la ciudad.
Pero el hambre no da tregua, por un instante pongámonos en sus zapatos y tratemos de entender la necesidad de llevar alimento a sus hijos. La situación es tan crítica que, algunos ya visitan las plazas públicas en donde habitan cientos de palomas, con el objetivo de cazar algunas para poder hacer una sopa de paloma y tener algo que comer.
Qué tristeza esta situación, pero más triste es ver a los mandatarios locales, enviando a las fuerzas armadas para evitar que estos refugiados políticos puedan conseguir un sustento para sus familias.
Lo grave del asunto es que la solidaridad de parte de la comunidad se ha perdido, ahora los vemos como una amenaza para la sociedad, los evitamos, los ignoramos y dentro de los círculos sociales los señalamos de indeseables.
El futuro de la humanidad es cada vez más desconcertante, al parecer la indiferencia y la supervivencia reclama que cada quien busque sus propios medios para subsistir. Estamos a un paso de la anarquía total, en donde el hambre nos llevará a situaciones extremas.
Mauricio Marulanda