“A la cárcel entra un tanque de guerra si usted tiene con qué pagarle a la guardia” es el testimonio de un expresidiario colombiano. Sin embargo, escándalo tras escándalo, el fusible es el director de la cárcel, pero la guardia sigue.
Acaban de destituir al director de la cárcel bogotana La Picota porque en un “operativo sorpresa” fue tal la cantidad de elementos prohibidos hallados que no parecía una prisión sino un puesto de San Andresito: 122 celulares, 32 modem de internet, cinco tablets, tres proyectores, cuatro relojes inteligentes, cinco audífonos inalámbricos, 11 decodificadores de televisión, 19 parlantes, 184 botellas de licor y 400 mil pesos en efectivo.
¿Es el director de la cárcel el responsable? En teoría, sí. Pero él no tiene dominio sobre un cuerpo de guardias atomizado en varios sindicatos, que son de carrera (algo así como un hibrido entre policía y civil), cuasi intocables y que, sobre todo, conviven con el crimen de manera tan cercana que por voluntad o por obligación, terminan cediendo para que pasen estas cosas, es decir, para que pasen celulares, trago, portátiles, conjuntos vallenatos. Hacia adentro, claro. Porque también transitan hacia afuera los Matambas ante los cuales se van abriendo las puertas por arte de magia.
El que está en la puerta vigilando el ingreso de visitantes, insumos, abogados, no es el director de ninguna cárcel. Los pueden cambiar a todos, pero mientras no se reforme estructuralmente el sistema, cada cierto tiempo el escándalo cambiará de protagonistas. Una película en la que, gracias a un pésimo guion, de antemano se sabe que el director es el culpable…