OPINIÓN: MAURICIO GUZMÁN CUEVAS

«Obra con equilibrio mijo”, me pedía mi madre siempre que me veía impaciente, salido de la ropa y descompuesto. Desde su inmensa bondad veía siempre una solución a cada dificultad, a cada decepción o a cada conflicto. «Serénate, respira profundo, cuenta hasta 10 y así no te ahogas en un vaso de agua”… ¡Cuánta razón le asistía a mi Chelita!!! Y a pesar de ese sabio consejo confieso que muchas veces obré como me lo indicaron mis impulsos y cometí errores imperdonables. 

Hoy viendo los anuncios del gobierno de cómo avanzan los primeros acercamientos para conseguir la paz total y viendo las reacciones de la dirigencia afín al gobierno o en la oposición, recordé como si fuera ayer mi actitud ante el llamado de Belisario para ofrecer la paz a los actores de la violencia de los años 70s y 80s. Mi respaldo fue total y aunque habíamos perdido con Luis Carlos Galán la presidencia de la República le pedí a él y a Lara incluirme en cualquier esfuerzo que se acordara con gobierno y guerrillas.

Emocionado y sin calcular los riesgos y dificultades para lograrla, tuve en Oto Morales Benítez mi primer guía para este sueño y también conocí a su lado la complejidad de los intereses que se mueven en el «negocio de la guerra», más allá de las reivindicaciones sociales. Los enemigos agazapados de la paz por lo general en Colombia han prevalecido. Al poco tiempo renunció por el «cerco de hostilidades» que lo rodeaba en su intento. A mí me quedó claro que la ilicitud del negocio de las drogas permeaba a ambos bandos en conflicto.

Desde entonces los logros por alcanzar esa añorada convivencia han sido a medias. Pero no por eso se puede claudicar en su intento. Hasta ahora los gananciosos han sido los guerrilleros desmovilizados pues la mayoría han privilegiado sus vidas y accedido a las oportunidades democráticas que la sociedad le garantiza a la mayoría de sus hijos que se esfuerce y sea disciplinado. Prueba de ello es Petro presidente y así también gobernadores, alcaldes, dirigentes gremiales ý académicos. 

El propósito de construir una paz total siempre ha sido frustrado principalmente porque el negocio de la producción de drogas y sus enormes dividendos no deja que se desteten de él quienes están involucrados. No es necesario que se rasguen las vestiduras ni se indignen los amigos del orden y la ley indicando que, si ya se han frustrado las oportunidades ofrecidas, “no más diálogo ni compasión. Se necesita es someterlos.»

Para nadie es un secreto que vivimos en un territorio donde la presencia estatal es precaria o nula. Ni fuerza pública, ni justicia encuentra un ciudadano para garantizar sus derechos y convivencia. Es la ley de la selva y por los múltiples delitos que ocurren ya ni el desplazamiento de familias enteras a los centros urbanos sirve. Allí también se está multiplicando sin control el crimen. 

El narcotráfico es el principal combustible, pero a su lado crecen el asesinato, el secuestro, la extorsión, la minería ilegal y todos los delitos conexos. 

Embarcarse como propósito principal en la búsqueda de la paz total puede servirle al presidente Petro en una razón poderosa ante el mundo para presentar la tragedia humanitaria que vive Colombia y cuya principal causa es el consumo de drogas ilícitas en el mundo.

Hasta ahora los medios de comunicación del hemisferio en su periplo por las Naciones Unidas lo han convertido en foco de interés y le dan recorrido a su propuesta de despenalización y reinvención para tratar el consumo.

Esta apuesta arriesgada es la clave para lograr que la principal razón por la que vivimos en una sociedad criminalizada desaparezca.

Sin éxito en este frente los diálogos para pactar desmovilizaciones y paz futura, serán hipócritas y tramposos.

Serenidad es lo que aconseja la experiencia. Solo así conseguiremos el punto de equilibrio. Minar la credibilidad de este intento sería otro error que haría más difícil vivir en dignidad.