Habib Merheg Marún

“En Colombia se muere más gente de envidia que de cáncer” dijo, y dice, el gran ciclista colombiano Martín Emilio ‘Cochise’ Rodríguez. Yo le agregaría que hoy, los colombianos también somos susceptibles de morir de odio o de adoración.

Poco a poco nos hemos ido especializando en odiar a alguien o a algo o, en cambio, a adorarlo de la manera más irracional convirtiendo todas nuestras opiniones en blanco puro o negro absoluto sin considerar que la gama del uno hacia el otro la componen cientos de grises, tonalidades que, precisamente, son las que definen una situación, un estado de cosas, una persona.

Pasó con Uribe, en política, y hoy está pasando con Petro.

Uribe alcanzó niveles de popularidad y aceptación tan altos, que hoy aún tiene saldo a favor. En los años de su gobierno, contradecirlo a él o a sus políticas, graduaba al que lo hiciera de estar actuando con odio. Estar de acuerdo, lo matriculaba en el equipo de adoradores profesionales y tanto unos como otros se trababan en fuertes pero áridos debates alrededor de la figura Uribe Vélez.

Como senador, apoyé muchas de las iniciativas que el gobierno Uribe presentó ante el congreso porque me parecieron adecuadas, necesarias, útiles, factibles, en fin, porque después de estudiarlas con juicio, vi que favorecían al país. Fui, para muchos, del Deportivo Adoradores.

Pero cuando el gobierno presentó el Tratado de Libre Comercio (TLC), con Estados Unidos, reconocí en el proyecto tantos problemas que no solo adelanté varios debates en el Congreso oponiéndome a ese que era uno de los planes emblemáticos de Uribe, sino que escribí un libro donde consigné ampliamente mis razones respecto a que el TLC no era conveniente. De inmediato pasé al Deportivo del Odio.

Pero no hubo ni adoración ni odio de mi parte. Simplemente actué como ciudadano responsable que en esos momentos se desempeñaba como senador de la república.

Hoy como ciudadano del común y como empresario, opino de los asuntos según mi propio criterio y, como lo hice antes, no dudo en criticar lo que me parece una mala idea, una mala decisión, como tampoco dudo en exaltar asuntos que creo convenientes para la nación.

Porque todo no puede ser blanco o negro. Es en los matices donde se da la discusión, se enriquecen los conceptos, se mejoran las ideas.

El odio se lo dejo a los ignorantes y la adoración a quienes aún creen en ídolos de barro.

Habib Merheg Marún