Opinión: Kico Becerra

Si hay algo muy singular de las Colombianas es sin duda la manera de viajar en avión.

Por la maleta y la caja de cartón amarrada con cabuya, se reconoce a nuestras paisanas.

La maletota debe ir rellena hasta el último rincón y, por supuesto, con sobrepeso, para la reconocida internacionalmente, abierta de maleta para sacar calzones, brasieres y similares para meterlos en el bolso de mano.

El bolso o mochila de mano deben ir acompañados de una chuspa grande (bolsa) de plástico, donde se colocan las últimas compras de chucherías para las compañeras de trabajo.

Como ningún compatriota que se respete puede ir al aeropuerto sin toda su familia, incluído el perro, este espectáculo de la maleta tirada al piso, sacando prendas para bajar peso, es todo un tumulto de gente dando ideas: «andá al baño para ponérte dos brasieres, cuatro calzones y tres camisas, yo hice eso cuando fuimos a mayami». «Mientras, vamos a comprar unos mates de manjablanco (arequipe) para que le llevés a las primas».

Tranquilos, todo va en la bolsa de mano, que conjuntamente con la mamá de las carteras y la chuspa, irá en la parte superior del asiento y el resto debajo de las piernas.

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La hablada por celular a grito herido, contando la despedida y las lágrimas que mojan al aparato, van acompañadas con rezo y bendiciones para todos.

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Después de las protestas por el poco equipaje que dejan llevar los ladrones de las aerolíneas, viene la cola para entrar a los controles. Hay un sin número de filas, cada una despidiendo a su viajera. Todos quieren dar el último beso y abrazo; no importan los demás pasajeros.

Una vez adentro, previa devuelta corriendo, se oye el último grito: «no olviden sacar a mear a Roky» (el perro).

Continuará..

Ñapa: Habrá de viajeros hombres también.

Director: Habib Merheg Marún