Opinión: Gustavo Álvarez Gardeazábal

El miedo no lo venden en las farmacias. El miedo es muy personal. Tanto,que se vuelve absolutamente respetable. Hay sicólogos que hacen distinciones entre miedo y temor. Consideran que el miedo es casi irracional y es inherente a la gran mayoría de los seres humanos y surge ante la percepción de un peligro. El temor es para tales sicólogos una emoción artificial que hace evitar o huir de situaciones de peligro imaginario. Es temor entonces aterrorizarse por un sapo o una culebra que finalmente ni van a picar ni van siquiera a atacar. Y es miedo esconderse ante la inminencia del peligro o huir para poder disminuir los efectos de ese peligro. Cada quien, entonces, reacciona a su manera,unos con mayor velocidad,otros con más agresividad. Todo depende de lo que en Colombia llamamos “ flojera”.

Solo cuando el miedo se torna en colectivo y en contagioso se abren las puertas del pánico.

Muchos gobernantes y jefes religiosos han creado miedos y temores y sobre ellos han construido su poder. Muchas religiones,por no decir que casi todas,han construido sus pedestales asustando a sus creyentes.

Así pasó con el infierno. Así está pasando ahora con la realidad nacional. Desde Bogotá han sembrado miedos y temores sobre la provincia. Los malos y los bandidos han sido crecidos desde los escritorios bogotanos. El poder de manejar la información y los hilos burocráticos ha servido para ello. Muchas veces entonces las estigmatizaciones son fruto del miedo sembrado desde esos cenáculos santafereños. Ante la incapacidad de entender al provinciano, negro o indio, montañero o costeño,han preferido sembrar el miedo sobre sus actuaciones.Los resultados los estamos viendo por estos días.

Hay quienes exigen respeto a su miedo para disimular su incapacidad. Hay quienes se incapacitan o encaprichan para no tener que confesar que sienten miedo.Descubrirlos es uno de los oficios del periodismo de opinión.