OPINIÓN: JAIME OREJARENA

Ella es una joven y atractiva abogada que hoy es contratista de una alcaldía. Él es un hombre dedicado a la publicidad en la misma ciudad y es el encargado de producir parte de las piezas de propaganda de una de las campañas con opciones de ganar la gobernación.

Ambos publican en sus redes y en sus estados de WhatsApp, mensajes de sus candidatos durante las últimas semanas: ella de quienes serán los sucesores de quien hoy la emplea y él de quien aspira a quedarse con la gobernación y que hoy lo contrata.

Ella es madre de dos hijos pre adolescentes, separada recientemente y de un tiempo para acá, ha dado a conocer sus preferencias religiosas con mensajes de gratitud y esperanza a su Dios que es el de Roma, el del Vaticano.

Él es padre de una joven mujer, separado y vuelto a juntar con otra mujer de la cual, dicho por él mismo, recibe todo el apoyo. De igual manera, no oculta ser evangélico comprometido de alguna de las muchas vertientes que existen.

De los candidatos sobre los cuales publican mensajes en sus redes circulan muchas versiones que ponen en duda su honradez, por no decir su poca capacidad. Y están rodeados por personas que también tienen su moralidad cuestionada, por no decir la de sus familiares cercanos con los cuales hacen equipo.

A ella eso no le importa más que su seguridad laboral. A él, igual. Volverse cómplice después de tantos filtros, de tantas capas, no es para ellos complicidad, es, quizá, estrategia.

Y así, la politiquería que todo lo corrompió en este país, pone a dos personas muy buenas en lo que cada uno hace como avaladores de candidatos que, si no pudieran ofrecer recompensas futuras como un contrato o un empleo, no llevarían a crear estas simpatías falsas, estas preferencias compradas a futuro, esta perversión de la base democrática.

Es otra forma de comprar el voto, más exquisita, mejor disfrazada que un tamal o un vil billete. Es una transacción a futuro y ella y él intentarán comprometer a su familia y amigos para que voten por quienes recomienden.

También es una forma de pecado según las creencias de ella y él pues mentir está claramente prohibido. Robar también. Perjurar, obviamente. Pero igual: cuando se peca después de tantas capas, de tantos filtros, pareciera que no hubiera pecado.

De todos modos, tal vez si a ella algún le asalta la culpa, se confesará con el cura de su predilección y punto. Y si a él lo agobia algún resentimiento, unos golpes de pecho en el culto del domingo “bastarán para sanarlo”.

Si ganan sus candidatos y les cumplen esa especie de chantaje de darles algún contrato, ella tendrá para las veladoras y él para el diezmo.

Cualquiera vende un pedacito de su alma con tal de no quedarse en la calle.