Opinión: Kico Becerra

Había una vez unos indígenas del Cauca que venían de paseo a Cali, para ver la desaparecida estatua de Belalcázar y las estaciones de servicio público de transporte destruidas y quemadas; querían observar personalmente cómo se puede destrozar una ciudad en 10 días.

En su peregrinaje turístico se encontraron con una banda de facinerosos vestidos de blanco, con el mayor armamento de guerra de la historia de Colombia. Según dijo el director y organizador de este despelote (el próximo presidente, de acuerdo con las encuestas), es la banda de traquetos más grande del país, armados hasta con fusiles y metralletas punto 50.

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Ahí fue Troya; los paracos, traquetos, desde sus trincheras, empezaron a disparar contra la masa inerme de indígenas, que pacientemente se refugiaba en sus chivas turísticas. Unos Indígenas muertos del miedo, con ganas de defecar, se bajaron de sus vehículos para no aumentar los olores y fueron recibidos por millones de balas. Los pobrecitos cagados en sus calzones volvieron corriendo a sus chivas turísticas.

De acuerdo con los informes de la ONU, la OEA, todas las organizaciones de derechos humanos y la embajada de Estados Unidos, además de las palabras del Cacique Jefe Indígena, que vino a la Universidad del Valle, a tomar un curso intensivo de literatura, el resultado de este matrero ataque fue de 9 contusos indígenas y una sola bella indígena que debió ir al hospital, por dos balas traumáticas que le dieron en su vientre.

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Los paracos, asesinos, genocidas de Indígenas turistas, están siendo buscados por el fiscal Babosa para meterlos presos por homicidio de heridos (sic) y, por otro lado, están siendo sometidos a consejo verbal de guerra, por los jefes de estos antisociales, por falta absoluta de puntería y desperdicio de municiones. Ni una ráfaga de metralleta dio en su objetivo; de los calculados 20 mil disparos, solo dieron levemente en el blanco, mejor dicho, en el indio, en 10 de sus víctimas y solo llevó al hospital a una bella, inerme y virginal indígena.

Informes de inteligencia dicen que no hubo heridos con balas de verdad dentro de los indígenas, porque las chivas eran blindadas, como las camionetas del gobierno que tienen los jefes Indígenas indefensos.

Se dice que el mecenas de los indígenas, que los trajo a sus cursos de literatura en la Universidad del Valle, es el alcalde, quien antes usaba su apellido y camisa azul y que, para demostrar su cambio, ahora usa su nombre de pila con camisa blanca y, pasó a ser odiado por sus protegidos y acusado de asesino de indígenas (no se conoce el primer muerto indígena en Cali, grita el acusado). Nadie sabe por qué, con esa relación tan íntima y estrecha, terminó divorciándose tan abruptamente. Parece que fue porque el alcalde nos les quiso regalar lo que quedó de la estatua y se la guardó para él solo. Por ahí hay un bochinche según el cual están vendiendo el bronce para financiar la próxima feria virtual; no me consta, pero se comenta.

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Lo más triste de esta historia es que nuestros indígenas protectores, como los calificó nuestro referido alcalde, decidieron dejarnos solos e indefensos, por la ruptura sentimental con nuestro brutomaestre. Se acusan mutuamente de desagradecimiento y violencia, tanto física como sicológica.

Para desgracia, los hermanos mayores, nuestros indígenas, fueron asaltados por unos policías facinerosos, que los despojaron de sus cachos ancestrales de marihuana, que traían en las chivas blindadas, para su consumo personal; hasta allá ha llegado la brutalidad policial.

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La ciudad hoy llora la ida de los indígenas y reza para que vuelvan pronto a protegerla. Esperamos que la orfandad que hoy sentimos por su abandono no nos provoque un despecho profundo, como el que hoy tiene nuestro alcalde. Sabiamente dijo el lamentablemente desaparecido Padre Argemiro: «La tusa es la antesala del infierno».

Colorín colorado…….

Ñapa: Este es un cuento humorístico de ciencia ficción; cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.