Opinión: Kico Becerra

Salvador Bilardo es sin duda una de las grandes figuras del Fútbol mundial. Lamentablemente se encuentra muy mal de salud y de suceder lo que parece inevitable, ojalá no, desaparecerá un personaje inolvidable.

La vida me dió la oportunidad de ser su amigo y compartir extensas horas hablando de fútbol y de sus anécdotas.

Voy a referirme por primera vez a una, que por motivos de la confidencialidad que implicó en su momento, no es conocida.

El año 2003, siendo presidente de la federación de fútbol Colombiano, Oscar Astudillo, aprovechando que me encontraba en Buenos Aires, me pidió que fuéramos a convencer a Bilardo, para ser el DT de la selección.

Esa charla duró 7 horas en su apartamento. En principio aceptó y los siguientes 8 días, personal o telefónicamente avanzamos en algunos detalles. Finalmente, en una nueva charla con la presencia de su familia decidió declinar por presión familiar que esgrimía temas de seguridad.

La federación nombró a Maturana y un año después a Reynaldo Rueda.

Ese día nos mostró los diferentes disfraces que usaba para ir a ver a los equipos adversarios cuando era entrenador. Difícil de camuflar con esa nariz, se ponía bigote, gorra y una cámara de fotografía profesional, para estar bien cerca de los espiados.

Analizaba el fútbol al milímetro. No había detalle que no tuviera su anécdota o cábala. Gozaba con sus picardías porteñas y amaba a su selección.

Cuándo ya nos había dicho que no sería el entrenador de Colombia, me confesó: » yo no puedo dirigir una selección que vaya a jugar contra Argentina».

Ese es Bilardo, lo demás sobra.

Ñapa: Bilardo es cabalero, agorero, le tiene mufa , así le dicen en Argentina, a muchas cosas. No comía pollo antes de una final. Buscaba viajar en determinados aviones, en Avianca, el 727, llamado Camilo Torres. Odiaba jugar con equipos que usaban uniformes Adidas.
Por un embuste que le metió Carlos Quieto, cree que soy quiromántico y confieso le he leído la mano en dos oportunidades . Todo bien todo bien.
Fanático fervoroso del Milagroso de Buga