Ante desastres inminentes o tragedias que amenazan la vida (la pandemia del Covid 19, por ejemplo), se dice que todos invocamos ayuda celestial sin importar si creemos o no.

Una simple oración de salvación

Es corriente la expresión que todos somos creyentes (creyentes en un ser supremo), cuando el avión en que viajamos, de repente sufre alguna emergencia y empieza a perder altura al tiempo que un nervioso piloto anuncia a través de las señales de cabina y los parlantes, que debemos “permanecer con el cinturón de seguridad abrochado”.

Aterrizaje de emergencia grabado por un joven que viajaba en el avión

En esos momentos se le pide socorro, inmunidad o fortaleza (o las tres juntas), a Dios. Pero resuelto el problema y una vez en tierra, muchos de los que imploraban ayuda cambian la primera letra por una en minúscula y ese Dios todopoderoso pasa a ser un simple dios. En el mejor de los casos, porque lo corriente es que muchos nieguen la invocación o se la achaquen al miedo, simplemente.

¿Se cree por fe o por necesidad? ¿Se cree por herencia o por convicción profunda? Cuando el comedor lo adorna el infaltable cuadro de la Última Cena que recrea lo que con el tiempo se convirtió en la base de la liturgia católica pero tras la puerta de la calle hay una penca de sábila como “contra” de malos espíritus y fuente de buena suerte, las cosas se empiezan a complicar.

Silueta de mujer rezando sobre fondo hermoso atardecer. | Foto Premium

Es el fin mágico-utilitarista de la religión: se dice tener un Dios para que obre milagros o para que sirva en alguna banalidad terrenal. ¿Y sus exigencias? “Bueeeeno… Él perdona todo, ¿no?”

Es ahí donde todas las iglesias y sus representantes tienen mucho por hacer. Mas amor y menos miedo. Mas solidaridad y menos egoísmo. Mas ”no hagas a otro lo que no deseas que te hagan” en lugar de partir el mundo entre malos y buenos según practiquen o no lo que cada credo profese.

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En Colombia, la libertad de cultos protege la existencia de diversos credos y da derecho a sus ciudadanos a escoger cuál de ellos practicará. También protege el derecho de los que decidan no escoger ninguno. Pero lo que parecería una norma para la convivencia pacífica entre quienes creen y quienes no, ha servido poco pues los campos de unos se cruzan irremediablemente con los otros. Y ambas vertientes están presentes activamente en la política con lo cual el cóctel que producen no es menos dañino que los errores que se enrostra mutuamente.

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Si en el avión que se precipita alguien pasa vendiendo falsos paracaídas, no falta quién le compre. Si otro ofrece pases a la eternidad, se los arrebatan de las manos. Pero para cuando quieran usarlos, a lo mejor hace rato el avión está volando de nuevo con total normalidad o posado en una pista tranquilamente dejando a quienes dilapidaron su plata pensando que 5 minutos antes de la muerte, no se hacen negocios. Con nadie.

Director: Habib Merheg Marún