OPINIÓN: JAIME OREJARENA GARCÍA

Homero dejó mal cerrada la puerta de la jaula de los chimpancés porque tenía una cita urgente con su seguridad laboral: si no asistía al lanzamiento del candidato del jefe político que le dio el puesto, podía ser despedido.

Así que salió presuroso con sus compañeros Lenny, Carl y el resto rumbo a la oficina de la registraduría donde se llevaría el acto de inscripción de sus cuasi jefes a la alcaldía y a la gobernación, donde darían cerveza Duff con Colombiana y tomarían lista de los “fieles” que se merecerán, tal vez, seguir trabajando en el parque. En el parque y en todas las oficinas de la alcaldía.

Hablando de alcaldía, el señor alcalde Diamante anunció en su cuenta de Twitter que un chimpancé del zoológico de su ciudad, había escapado. Habló de uno, no de dos, quizá porque él estaba también pendiente de la movilización que su jefe, el senador Rooster, preparaba para que la única avenida de la ciudad colapsara cuando sus pupilos hicieran la debida inscripción. Estarían todos los líderes del grupo: desde Bob Patiño hasta su hermano Cecilio pasando por Krusty El Payaso, don Vittorio Dimaggio y su escolta Piernas, la profesora Edna y su esposo el muy respetable Flanders en representación de los evangélicos, en fin, todo el que tuviera algún interés en el negocio.

Entre tanto, en el zoológico de la ciudad, preparaban las cajas de pañuelos faciales comprados con descuento y de contrabando en la tienda de Apu con el fin que su directora Selma los usara en la conferencia de prensa que citó para informar que dos chimpancés se habían fugado y según el protocolo hecho por ella y el jefe de policía Górgory, habían sido muertos por las balas de los agentes Eddie y Lou, expertos francotiradores que no dudaron en disparar al notar que los animales salvajes los atacaban.

Hay que aclarar aquí que según los videos aparecidos en redes y convenientemente evitados (del verbo evitar), por los muchos periodistas Kent Brochman de la ciudad, el ataque fue feroz y amenazaba con ser fulminante: los micos estaban a unos 50 metros de los policías, una distancia que en lógica policial significa “peligro inminente, dispare y mate”. Esa advertencia también está en los protocolos del zoológico, muy estrictos ellos. Los protocolos y los policías.

Tras los trágicos hechos, todo Springfield, perdón, todo Pereira protestó y varios candidatos a las próximas elecciones decidieron consultar sus viejos álbumes de Chocolatinas Jet para comprobar si chimpancé era lo mismo que mico porque para ellos mico quiere decir otra cosa. Una vez comprobado, decidieron rasgarse las vestiduras y pedir en coro la renuncia de Selma. Hasta el senador Rooster lo exigió para no perjudicar la campaña de sus ungidos, los muy respetables doctores Patiño (sin nexos familiares con Bob sino con otro insigne personaje de la historieta, el exgobernador del estado), y Lopera (con nexos familiares con un viejo concejal de la ciudad misteriosamente fuera de foco hace varios años), pero ella se negó argumentando que o la dejaban en el puesto o soltaba un tigre, metáfora salida de su alto nivel de intelectualidad para decir que si se iba echada contaba qué estaban haciendo los cuidadores de los micos que se volaron.

Ante semejante ultimátum, el senador Rooster se comunicó con el alcalde Diamante y le ordenó que dejara todo quieto, que pronto nadie se acordaría del tema, que le pusiera más grande el aviso del zoológico a la camiseta del equipo de fútbol de la ciudad y que si eso no bastaba, se consiguiera unas jirafas viejas y moribundas y dijera que las iba a traer al parque tal como él había hecho en su inolvidable alcaldía.

Le prometió que él hablaría con el asistente del jefe de su partido Smithers y con el propio jefe Montgomery Burns, para conseguirle un puesto a Selma en el Congreso seguro de que ella aceptará porque en ese lugar hay mucho mico por matar.