Habib Merheg Marún

El día que como sociedad y como individuos seamos capaces de ver en el otro sus virtudes en lugar de resaltar sus defectos, habremos dado un paso hacia el verdadero desarrollo.

Pasa en las relaciones laborales, en las políticas, en las sentimentales, en las de negocios, que por andar fijándonos en los detalles con los cuales no estamos de acuerdo, nos perdemos de tratar, de conocer, de amar o de negociar con gentes valiosas.

Para la mayoría es más fácil, infortunadamente, hablar mal de alguien o de algo, que hablar bien, y la sensatez y el sentido común desaparecen como parte de magia. O por arte del odio infundado, del rencor sin motivo, de la envidia cruel, una causa de origen poco claro que produce efectos muy dañinos.

Desde que Gustavo Petro se perfiló como firme candidato a ser presidente, todos los rencores y las prevenciones se manifestaron en aquellos a quienes cualquier figura de la izquierda les despierta sus más básicos instintos. Cabalgaron (y cabalgan), sobre su historia como miembro del M19 aumentando su protagonismo como alzado en armas y desconociendo su papel básicamente político en el grupo subversivo que firmó la paz, se desmovilizó y se dedicó a hacer política (asunto que también ignoran malintencionadamente).

Y sí, tendrían algo de razón en sentir desconfianza si el señor no hubiera sido lo que fue en sus muchos años como senador. Pero eso también se ignora. En su mente solo había (¿hay?), espacio para lo malo. ¿Y lo bueno?

Sobre el presidente Gustavo Petro se dijeron y se siguen diciendo muchas cosas en tono de profecía apocalíptica: que seríamos como Venezuela, que el dólar estaría por los cielos, que cerraría el Congreso, que perseguiría a la oposición, acosaría a la prensa y tendría la tornillería lista para fijarse en la silla presidencial eternamente y no dejar mover a ninguno de sus funcionarios.

Por andar pensando en los defectos de una persona que, como todas, los tiene y de variada gama, muchos se pierden de conocer siquiera las cosas que van bien. Están pensando con el deseo ignorando que, si al presidente le va mal, nos va mal a todos menos a él que en 3 años se pensiona.

Al gobierno de Petro no le han pasado varias reformas en el Congreso cuyos miembros elegidos democráticamente, están ejerciendo su papel como legisladores. Sin importar si uno está de acuerdo o no con sus opiniones, nadie puede decir que Petro los ha amenazado con cerrar el legislativo.

Petro se ha quejado de algunos medios, pero, a pesar del palo que le han dado, la tal persecución a los periodistas no se ha dado y menos como en gobiernos anteriores donde fueron perfilados, chuzados y perseguidos.

La inversión extranjera está hoy en sus mejores épocas. La salida a montones del capital foráneo anunciada por los profetas de la desgracia, tampoco se ha dado.

El dólar que las aves de mal agüero pronosticaron se treparía a 7 mil pesos o más, hoy está en 4 mil y tiende a seguir bajando.

Obviamente no todo es color de rosa. En un país como el nuestro, en el cual el cajón de las soluciones es pequeñito comparado con el vagón de los problemas, un presidente puede hacer mucho pero no lo puede hacer todo y menos en 4 años.

Así como aquí he destacado algunos asuntos en los que los adivinos erraron, no faltará quien haga una lista inmensa sobre lo que no va bien. Pero, y esto es lo más importante, nadie puede argumentar que el actual presidente haya mostrado ínfulas de dictador, nadie puede quejarse que no haya respetado la institucionalidad y menos, que no esté gobernando como la anunció en su campaña.

El día que cualquiera de esas tres cosas cambie o se conozcan muestras que desdigan de su carácter democrático, deberemos prender las alarmas y no dejar que nos ganen ni las simpatías ni los rencores.

Habib Merheg Marún