En la película de la reforma a la salud, los extras deberían ser los protagonistas: millones de pacientes que esperan que el sistema cumpla ven cómo los llamados actores principales alargan la discusión, estiran sus argumentos, encogen las alternativas, levantan sesiones y vociferan cual vendedores callejeros en los más respetables recintos de la democracia.

La batalla también se da en las redes sociales: a cada mensaje que acusa al gobierno de “volver a las épocas del Seguro Social”, le aparecen cientos mostrando el padecimiento de la gente que ruega por una camilla, un cirujano, un traslado que el sistema actual no les cumple.

Y quien trata de entender el sistema por dentro con sus vericuetos infinitos de pagos, transferencias, IPS, EPS, PBS y todas las siglas imaginables, puede terminar necesitando una cama en cuidados intensivos si no una sala en la funeraria.

En medio de ese paisaje extraño y a veces incomprensible, hay una especie que ojalá estuviera en vías de extinción: aquellos que defienden el sistema que no usan, bien porque tienen pre-pagada o bien porque pueden pagar de su bolsillo lo que al resto le toca a través del sistema.