Por: Jaime Orejarena García

DÍA 1. Desde hace varias semanas vengo sintiendo un dolor en el abdomen. Es fuerte y no cambia según lo que coma. Es a todas horas, pero en la noche, acostado, es insoportable. Hacia el lado izquierdo no puedo acostarme y he pasado noches intentando dormir sentado.

DÍA 2. Anoche tampoco dormí bien y al salir a la calle, la evidencia en mi rostro me delató. “¿Está enfermo?” pregunta todo el mundo. “Nada grave” contesto por salir del paso. Mi vecina, familiar lejana y discreta cercana, me insiste en ir donde el médico, que pida cita en la EPS, me dice.

DÍA 3. He decidido atender el consejo. Voy a pedir cita en la EPS. Aunque viejo, nunca he necesitado ir donde el médico. Mi vecina me dice que las citas se piden por internet. Tampoco manejo internet. ¿Por qué no atienden en persona, carajo? Me dio un número telefónico también. “Llame a ver si le contestan y tenga paciencia”, me recomienda.

DÍA 4. Creyendo que el número que me dieron estaba errado, pedí a mi vecina que lo confirmara. Le explico que termino de marcar y ni siquiera suena al otro lado. “Ah, eso es normal… debe insistir”, me dice. Hasta ahora para mí lo normal era marcar un número y que, al otro lado de la línea, por lo menos timbrara.

DÍA 5. Ya son dos días marcando y no suena. Mi vecina me engaña.

DÍA 6. Le pregunté al de la tienda y al de la farmacia. Coinciden con mi vecina. Antes de acostarme me tomo un ibuprofeno de 800 mg. Y veo un rato las noticias en televisión. Me duermo oyendo a un señor diciendo que la “cobertura del sistema de salud colombiano es de las mejores del mundo”. No sé mucho de coberturas, pero sí de teléfonos: se marca un número, al otro lado alguien o algo contesta y hay una llamada. Hasta ahora, nada.

DÍA 10. Mis últimos días se han pasado entre maldiciones, llamadas imposibles y dolores insufribles. Mi vecina prometió ayudarme con un sobrino de ella que sabe de internet.

DÍA 14. El sobrino de mi vecina podrá hacerme el favor el fin de semana. El hombre estudia y trabaja y solo los sábados y domingos tiene algo de tiempo.

DÍA 17. Le he dado todos mis datos al sobrino de mi vecina. Espero que me traiga buenas noticias.

DÍA 19. Mi vecina me dice temprano que no fue posible conseguir la cita el fin de semana. El sábado su sobrino se gastó los datos de su celular en una tarea y el domingo que recargó, el sistema no daba citas. El dolor no se va.

DÍA 27. Atiendo otra sugerencia y voy al servicio de Urgencias de mi EPS. Me encontré una fila o, mejor dicho, un montón de gente arremolinada sobre una puerta. Intenté entrar y durante 3 horas no avancé nada.

DÍA 28. Ayer logré llegar hasta la puerta de Urgencias solo para que el vigilante me dijera que lo que yo le dije que me dolía, dónde y desde cuándo, “no era una urgencia”. Me recomendó que pidiera una cita y no pude hablar más pues el gentío me desplazó de allí. No entiendo por qué el señor de la puerta se viste de vigilante. Debe ser médico para decidir quién entra o no.

DÍA 29. Mi vecina me aborda entusiasmada. “¡Le conseguimos la cita por internet!”, me dice feliz. Su sobrino logró hacerlo desde la universidad. Me atenderá un médico general dentro de 28 días calendario. No, no había citas antes.

DÍA 57. Llego al lugar de la cita y hay tanta gente que casi me devuelvo. El médico vestido de vigilante me detiene en la puerta y me pregunta qué necesito. “Tengo cita”, le digo. Me da indicaciones sobre sacar un turno en un aparato y pasar a la casilla que me indique el tablero o el parlante. Mi falta de experiencia me dice que esto debería ser más fácil.

Logro descifrar lo anterior y a las dos horas estoy frente a un estudiante vestido con bata de médico. No me miró, no me tocó, y en menos de 15 minutos ya estaba afuera con un montón de papeles. En términos reales podría decir que yo no estuve en ninguna cita médica.

DÍA 58. Los papeles son órdenes para exámenes. “Debe hacerlas autorizar” me dice mi vecina. Se las lleva para que su sobrino me haga ese favor. Y me dice que ella intentará llamar por teléfono. El dolor me impide, a veces, hasta conversar.

DÍA 60. Mi vecina intentó por Whatsapp pero no le respondieron. Por teléfono no le contestaron. Entonces lo hizo por la página de la EPS. Tuvo que tomar foto a las órdenes y mandarlas una por una. “Nos demoramos toda la tarde”, se quejó.

DÍA 64. Ya pasaron los 4 días en que la EPS debería enviar las respuestas y llegaron las autorizaciones. “Ahora debe llamar a las IPS que dicen las órdenes para que le den turno”, fue la instrucción.

DÍA 65. Ayer llamé todo el día, pero parece que entre las líneas de la salud y yo hay serios problemas. De ninguna pasé de una grabadora que, eso sí, me dijo mil veces que mi llamada era muy importante para ellos…

DÍA 80. Solo conseguí llamar a una IPS para uno de los exámenes. Las otras 3 no responden. Una de ellas queda cerca de donde vivo y fui hasta allá. Que solo atienden por teléfono. Los exámenes de laboratorio clínico son en la propia EPS. Fui dos veces a las 5 de la mañana y no logré ninguna de las fichas.

DÍA 90. Junto a mi vecina, el de la farmacia y el de la tienda, hemos conseguido que nos contestaran y nos dieran los turnos. La ecografía podré hacérmela dentro de 2 meses y 6 días. La radiografía de tórax, en un mes y 14 días y al gastroenterólogo al que debo llevarle los resultados, me atenderá en 3 meses y 14 días.

DÍA 190. Ya tengo los resultados y me acaban de llamar de la EPS a decirme que la cita con el especialista ha sido cancelada y que vuelva a llamar para programarla nuevamente.

Han pasado más de seis meses desde que decidí usar el servicio de salud que en las noticias dicen que es tan bueno. Como tantas otras noticias, los periodistas hablan sin saber, en este caso, sin sufrir.

DÍA 191. Mañana como todos los días desde hace ya 4 semanas, mi vecina vendrá a ver qué necesito. Ya casi no me puedo mover. Siento no despedirme de ella con el agradecimiento que se merece, pero entre que me mate el sistema de salud, lo haga mi enfermedad o lo haga yo por mis propios medios, ya he hecho mi elección.