La FIFA tiene más países afiliados que la propia Organización de Naciones Unidas (ONU), y controla una actividad que no solo mueve cientos de miles de millones de dólares al año, sino que tiene el poder de veto a jugadores, equipos y selecciones si no se hace lo que ella manda pasando por encima de leyes, congresos y presidentes.

Está sucediendo ahora en Brasil. Un tribunal de Río de Janeiro decidió la destitución de Ednaldo Rodrigues quien hasta el 7 de diciembre era el presidente de la Confederación Brasileña de Fútbol (CBF), y nombró a José Perdiz como su remplazo interino a quien encargó la organización de elecciones en la CBF para nombrar remplazo de Rodrigues.

Fue en ese momento en que el largo brazo imperial de la FIFA a través de su “virreinato”, la Confederación Suramericana de Fútbol (Conmebol), pronunció su veredicto: no aceptan intromisión de ninguna autoridad de los países en el manejo de su negocio. Y seguidamente, amenazó sentencia: si Brasil insiste en meterse con su negocio, que vayan pensando en quedarse sin Mundial, sin Libertadores y, posiblemente, sin jugadores en el exterior porque es tal su poder, que pueden incluso impedir que equipos extranjeros los contraten.

Brasil sin Mundial o un Mundial sin Brasil es un escenario que le quita la mitad al espectáculo por más que actualmente anden muy mal en las eliminatorias. Pero Brasil es Brasil y es una veta fabulosa en la ya fabulosa mina de oro de la FIFA. De las fiestas decembrinas, el fútbol brasileño despertará con el guayabo de esta amenaza de la FIFA. De nuevo la lucha de poderes intenta hacerle goles olímpicos al fútbol.