Muchos productos que se anuncian diariamente en los medios son sancionados por la Superintendencia de Industria y Comercio al descubrirse que se trata de publicidad engañosa que en busca del lucro particular,  engañando a los consumidores.

Hoy, la sábila encabeza la lista con todo tipo de bondades, cura la calvicie, mejora el colón, rejuvenece la piel y hasta le salieron poderes afrodisiacos. Todo parte de un complejo y estructurado plan de mercadeo que cumple su objetivo: Motivar al ingenuo a gastar su dinero.

En las campañas políticas el panorama es igual o peor. En las pasadas elecciones presidenciales vimos como los candidatos en su afán desmedido por el poder, prometieron que no habría fracking, que habría reducción de impuestos, que se invertiría más en educación, que erradicaríamos el hambre y la miseria en las poblaciones más sufridas y la turba de ingenuos corrió a las urnas y le dio el voto, con la esperanza de un mejor país.

No pasaron tres meses de romance entre gobernante y el pueblo antes que descubriéramos la gran mentira, una campaña de engaños que en un país como el nuestro, que no tiene a un ente regulador de mentiras, permite que cualquiera con un buen discurso y una estrategia de mercadeo nos engañe sin tener que rendir cuentas a nadie.

Partiendo del principio que en ambos casos se trata de un engaño bajo una promesa falsa ¿Por qué no existe castigo alguno para aquellos candidatos que prometen y no cumplen? ¿Es válido engañar a toda una nación y salir impune una  vez se gana en las elecciones sin cumplir  lo prometido?

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