Todo comenzó con una cabra. El infeliz animal nació en Holanda en la primavera de 1939 con pocas perspectivas. En la parte izquierda de su cuerpo, había apenas un trozo de piel cubierto de pelo donde debía estar una de las patas. Y la pata derecha estaba tan deformada que parecía un muñón con una pezuña. Pero cuando tenía tres meses, la pequeña cabra fue adoptada por un instituto veterinario.

El animal pronto desarrolló su propio método para moverse en una pradera. Se apoyaba en sus patas traseras haciendo equilibrio y saltaba, asemejándose a un canguro o a una liebre.

La cabra tuvo un accidente y murió cuando tenía un año, pero su esqueleto dejó una última sorpresa.

Durante siglos los científicos pensaron que los huesos solo crecían en formas predecibles, de acuerdo a instrucciones heredadas de nuestros padres.

Sin embargo, un experto en anatomía holandés que estudió el esqueleto de la cabra descubrió que el animal había iniciado un proceso de adaptación.

Los huesos en sus caderas y piernas eran mas gruesos de lo esperado. Los huesos de sus patas se habían estirado y el ángulo de los de la cadera había cambiado para permitir una postura más erguida.

En otras palabras,
el cuerpo de la cabra había
comenzado a parecerse al
del los animales que saltan.

Hoy se sabe que nuestros esqueletos son sorprendentemente maleables.

Aunque podemos tener una impresión contraria, los huesos bajo nuestra piel están vivos, rosados por el flujo sanguíneo y en un proceso de destrucción y reconstrucción constante. Si bien el esqueleto de cada persona se desarrolla de acuerdo a instrucciones generales en su ADN, puede cambiar de acuerdo a las presiones que cada individuo enfrenta en su vida.

Esta constatación ha llevado a una disciplina llamada «osteobiografía«, literalmente «biografía de los huesos», que permite examinar un esqueleto para descifrar cómo vivió su dueño. Y estudios recientes parecen no dejar duda de que la vida moderna está teniendo un impacto en nuestros huesos.

Los ejemplos abundan, desde la aparición de un abultamiento en la base del cráneo, al descubrimiento de que nuestras mandíbulas se están achicando o que los codos de los jóvenes alemanes se están volviendo más pequeños.

Los celulares y el cráneo moderno

Si se usara en el futuro una técnica similar para analizar cómo vivía la gente en 2019, los científicos encontrarían cambios en nuestros esqueletos que reflejan nuestro estilo de vida.

«He sido un médico clínico durante 20 años y solamente en la última década he visto cada vez más este crecimiento en el cráneo«, dijo David Shahar, investigador de la Universidad Shunshine Coast en Australia.

El abultamiento en punta, llamado también «protuberancia occipital externa«, se encuentra en la parte posterior del cráneo, justo arriba del cuello.

Cráneo con una protuberancia

Si tienes uno es probable que puedas sentirlo con tus dedos y si no tienes pelo puede ser visible. Hasta hace poco se pensaba que esta protuberancia era muy poco común.

En 1885, cuando fue investigada por primera vez, el celebre científico francés Paul Broca creía que era tan extraña que no merecía un término científico. Pero Shahar decidió investigar. Junto a un colega analizó más de mil radiografías de cráneos de personas entre 18 y 86 años, y registró los problemas de postura de cada una de esas personas.

Lo que los científicos descubrieron fue sorprendente. El abultamiento era mucho más común en el grupo entre 18 y 30 años. Shahar cree que la presencia creciente de la protuberancia se debe a la tecnología, particularmente a nuestra obsesión con los celulares y las tabletas.

Director: Habib Merheg Marún