Opinión: Iván Cancino

Camila Zuluaga, periodista de Blu Radio, preguntó en su cuenta de Twitter: “Las fotos de Jenny Ambuila en su Lamborghini no les parecen (sic) igualitas a las fotos y excentricidades que muestra el abogado Abelardo de la Espriella en sus redes sociales?”.

Zuluaga se refería con su venenoso comentario a la historia de Jenny Ambuila, quien fue detenida junto a su padre (y su madre) luego de que se descubriera que este, como empleado aduanero, al parecer habría recibido montañas de dinero por dejar ingresar al país –en Buenaventura– artículos sin gravar.

Enloquecida por el poder que da el dinero, Jenny Ambuila se dedicó a visitar las tiendas más costosas y exclusivas de Miami y hasta se compró un Lamborghini. Su historia le dio la vuelta al mundo por lo extravagante. En ella quedó retratado de cuerpo entero el colombiano (y colombiana) que se derrite por la vida fácil.

Conozco a Abelardo de la Espriella (mi amigo) desde hace más de 15 años. Porque lo conozco es que tengo autoridad para decir que es extravagante y muy injusto que Zuluaga lo compare con Jenny Ambuila.

De la Espriella es desde hace rato uno de los abogados más prestigiosos de Colombia. Los escalafones que miden el éxito de las oficinas colombianas de abogados colocan siempre a la de Abelardo entre las dos o tres primeras.

¡Y se lo merece!

De la Espriella tiene un equipo de abogados que se le mete a cualquier tema. Me consta que, lo mismo que su jefe, esos juristas trabajan de sol a sol. Me consta también –y sé que no hace alarde de eso– que De la Espriella lleva gratis muchos casos cuando establece que la persona no tiene recursos para pagar una defensa. Esas defensas –las gratinianas– son tan importantes para De la Espriella como aquellas por las que recibe millonadas.

Y como a De la Espriella le encanta poner a hablar a sus malquerientes (y hasta sacarles rabia), no esconde por ejemplo que su éxito le ha alcanzado para tener –así por encimita– una casa en Miami y un avión privado. Pero a la periodista Zuluaga le dio por salir a compararlo con una familia que presuntamente se ha apropiado de los recursos públicos –léase los Ambuila.

Al igual que yo, no es un abogado vergonzante. Muchas veces se ha metido en defensas que sabe de antemano le traerán problemas. Pero esos poderes siempre los ha recibido de frente porque él no es de los que llega a los despachos judiciales disfrazado.

Apenas se enteró de que había sido ultrajado por Zuluaga, De la Espriella se defendió a través de su cuenta de Twitter y acusó a su agresora de haberlo calumniado e injuriado. Pero, oh sorpresa, la Fundación para la Libertad de Prensa, FLIP, salió en defensa de Zuluaga con el argumento de que “lo dicho por la periodista es una opinión protegida por la libertad de expresión y por la jurisprudencia que garantiza, también, las expresiones chocantes (…) La pregunta de Zuluaga bajo ningún estándar legal, distinto a la interpretación errada de De la Espriella, puede ser considerado como un delito”.

Hasta ahora me vengo a enterar de que si yo digo que alguien es un asesino o un ladrón no estoy incurriendo en delito alguno porque eso es simplemente una “expresión chocante”. ¡El mundo al revés!