Editorial Habib Merheg Marún

Definitivamente somos un país donde el liderazgo del verbo es lo que caracteriza a la mayoría de quienes tienen el encargo de gobernarnos. En tiempos de otrora, se hablaba de La Palabra Empeñada y las personas dignas no necesitaban de cargos públicos o de poder económico, todo giraba a la solidez de la palabra dada en empeño.

La palabra como instrumento de guerra o de paz, como precursor de conflictos o de convivencia. En un mundo donde los espacios se reducen y la población se siente agonizando por la falta de todo a veces, la palabra es por derecho propio constructora de maestros o de sicarios.

Podemos decir que esa puede ser una gran cualidad, si con él movemos ideas o persuadimos lealmente a nuestros seguidores o transmitimos con el poder de la palabra, lo mejor de nuestros sentimientos.

Pero generalmente lo que sucede entre nosotros es que no hacemos lo que decimos. O sea, no somos consecuentes. De allí el desprestigio de la dirigencia.

Me temo que el presidente Duque está padeciendo este síndrome ser verbo. Elocuente como su canciller pero «nada de paletas». Necesitamos más líderes de la acción. Capaces de construir equipos de trabajo decididos a producir resultados. Un liderazgo que construya con las ideas y supere la palabrería, un fortalecimiento real “Diciendo y haciendo”, lo demás es solo cháchara.

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