Habib Merheg Marún

Por allá a mediados de los 80, los pereiranos padecimos durante 10 largos días el peor tormento al que puede verse sometida cualquier sociedad: vivir sin agua. Un deslizamiento, de esos que por estas tierras son cosa de todos los días, se llevó la tubería que conducía el agua desde la bocatoma del río hasta la planta de tratamiento y dejó a toda la ciudad y a la mitad de la vecina Dosquebradas sin una gota en los grifos. ¡Qué tragedia!

Hoy la ciudad y 7 departamentos recibieron el anuncio que se quedarían sin el servicio de gas domiciliario debido a que la empresa transportadora decidió suspender el paso del combustible por el sector de la vía a Fresno aledaña al volcán Cerro Bravo, como medida preventiva debido a los extrañísimos fenómenos que ocurren en la montaña: salida de gases, altísimas temperaturas, olores no identificados, roca incandescente.

Con el paso de los años, el gas domiciliario fue desplazando a los cilindros o pipas y con pocas excepciones, casi todos los hogares, negocios e instituciones públicas dependen de ese combustible. Según los anuncios, serán 9 días sin servicio mientras se hace una desviación de la tubería que permita transportar gas lejos del calor y los gases. Serán otros 9 días de tragedia menos grave que quedarse sin agua, obviamente, pero que sin duda causarán problemas en la cotidianidad y en la economía.

En los 80, sin agua, nos vimos en la obligación de salir a buscarla en fincas o en ciudades vecinas y a usarla de la mejor manera. Nos tocó, de un día para otro, descubrir el racionamiento. Ahora, sin gas domiciliario, no habrá prolongados baños con agua caliente y nos rebuscaremos la forma de preparar los alimentos usando otro tipo de combustibles. Será, como lo fue en el siglo pasado con la crisis del agua, una angustia pasajera, una preocupación con esperanza: tenemos claro que el servicio volverá pronto y, mientras, hay alternativas.

Pero… ¿y si no las hubiera?

El último informe de la Agencia Nacional de Hidrocarburos (ANH), presentado esta semana, señala que, en el caso del gas, Colombia tiene reservas para unos 7 años de acuerdo al consumo actual (de unos 0,39 terapiés cúbicos al año). Al cierre de 2022 las reservas de ese combustible estaban en 2,82 terapiés cúbicos. Si no se encontrara más gas, en 7 años todo el país estaría sufriendo lo que hoy padecen 7 departamentos del occidente.

Se podría importar, desde luego, pero las reservas del planeta de todos modos son finitas y el costo, obviamente, se dispararía.

En el caso del agua, la experiencia que sufren 5 estados del oeste de Estados Unidos es una muestra dramática de que el calentamiento global no es un cuento y que el asunto de los recursos naturales es hoy más que nunca, un tema de supervivencia ya no de naciones, sino de la especie.

El país más poderoso del mundo ve cómo uno de sus ríos más emblemáticos se seca lenta pero inexorablemente: el río Colorado ha perdido en 20 años un tercio de su nivel y estados como California, Nevada y Arizona trabajan en un plan donde se comprometen a ahorrar 3.700 millones de metros cúbicos de aquí al 2026 y a recuperar zonas del río con la esperanza de ver de nuevo que crezca su caudal.

Es claro que los recursos naturales como el gas son finitos y que más temprano que tarde, los yacimientos quedarán vacíos. Es claro también que el agua ya escasea en muchos lugares donde antes sobraba. Lamentablemente, como vamos, enfrentar esas realidades será muy duro.

Ojalá que como sociedad y como individuos estas experiencias nos sirvieran para algo más que renegar de la situación o de lamentarnos por deporte. Lo que vivimos con el agua en los 80 y lo que se vive por estos días sin el servicio de gas domiciliario, son muestras de un futuro posible, son el panorama que les espera a las nuevas generaciones.

Hay que insistir en la búsqueda de otros tipos de energía y empezar desde ya como lo está intentando el gobierno Petro. Es nuestro deber dejarles un lugar un poco mejor a nuestros hijos y nietos.

Habib Merheg Marún