El confinamiento obligatorio nos tiene a todos viviendo una crisis emocional, a la que no estábamos preparados. Estar obligados a quedarnos dentro de casa, viendo televisión, escuchando como las cifras de muertes van en aumento, odiando a los corruptos que vemos en los noticiarios acusados de robarse los recursos de los pobres, conviviendo con nuestras familias situaciones de tensión, propias del encierro, aceptando que los pocos ahorros, están yéndose a manos de los acreedores y por allá, en un rincón de la casa, en ese cuarto lúgubre, donde convive nuestro abuelo o la madre de más de 70 años, vemos el rostro endurecido por los años de una persona que recuerda lo que fue su vida en otras épocas, y la desdicha de estar ahora limitada a unas paredes frías que ya ni color tienen.
Al menos los que no hemos llegado a esa edad, conservamos la esperanza que pronto podremos salir, a reanudar nuestras actividades, ir al trabajo, a casa de amigos, al restaurante con medidas de seguridad, pero ¿Y ellos?
Desde nuestra perspectiva, un tanto egoísta, ellos deben permanecer en casa, protegiendo sus vidas y haciendo caso de las recomendaciones que imponen los expertos en pandemias. Nadie va a discutir eso con los especialistas, pero a su interior, en lo profundo de su ser ¿Qué puede estar pasando? ¿Se lo han preguntado?
No habrá vacunas disponibles hasta dentro de un año, en el mejor de los casos y cuando salgan, no representan una garantía para los adultos mayores, porque infectarlos del virus para generar defensas podría matarlos.
Entonces la opción más viable es decirles «Mi viejita querida, no podes salir más a la calle porque podrías contagiarte y eso sería muy peligroso y podrías morirte. Debes seguir aquí adentro, cuidándote para que no te pase nada«.
Pero es que ya no pasa nada en su vida, su rutina de salir al parque, disfrutar de sus nietos, visitar a sus amigas (las que todavía están vivas), ya es cosa del pasado y ahora que los demás pueden salir, todos buscarán la manera de recuperar ese tiempo de encierro y disfrutar de las bondades de respirar nuevos aires, así sea usando tapabocas. Pero ellos seguirán condenados al confinamiento por vaya a saber uno, cuánto tiempo más.
Nos iremos olvidando de ellos, cada vez más distantes en sus cuartos, con menos visitas de familiares y escuchando a lo lejos como cada quien recuperó sus libertades, mientras ellos, siguiendo los protocolos de seguridad, siguen sometidos al encierro, porque deben ser conscientes del riesgo que representan. Y nosotros simplemente los vamos a ver morir, no de un virus, sino del distanciamiento al que los hemos sometido, pero hicimos lo correcto y nos vamos a dormir, pensando que todo está bien.
¿Ustedes hubieran aceptado
esas condiciones de vida para
llegar a una muerte sin la
posibilidad de haber luchado?
Director: Habib Merheg Marún
