Hace poco circuló un video en redes sociales donde se veía a un niño que, usando una colchoneta, navegaba “arroyo abajo” luego de un aguacero en Barranquilla. El menor, limpiador de vidrios en un semáforo, encontró divertido tomar una colchoneta que alguien había arrojado como basura y usarla como embarcación que fue conducida rauda por uno de los famosos arroyos de la capital del Atlántico, comunes cada vez que llueve.

Pues esas muestras de necesidades insatisfechas (el niño limpiavidrios, la basura y, sobre todo, el arroyo), podrían ser parte del escenario que el alcalde de la ciudad pretende mostrarle al mundo si concreta la idea de hacer que la Fórmula 1 programe una de sus carreras allí.

Pumarejo, el alcalde, insiste en que el evento no le costará nada a la ciudad: “El premio sería autosostenible, es decir, el desarrollo de la carrera no le costaría al país y a la ciudad, sino, al contrario, traería empleo, turismo y reconocimiento”.

Calcula el alcalde que el Gran Premio del Caribe, como lo denominó, tendría 120.000 asistentes por día, iniciaría en 2024 o 2025 y se firmaría por 10 años.

Los críticos, que se resisten a que el alcalde esté hablando en serio, plantean innumerables razones para calificar el proyecto como inviable y poco factible.

La carencia de las vías es una de las objeciones pues, al ser un circuito semiurbano, el pavimento actual de las calles no resistiría la exigencia del evento y tendría que hacerse de nuevo, inversión que no harán los privados con lo que de entrada el argumento de que no le costará nada a la ciudad, se cae.

Exponen además que circuitos famosos han renunciado a los mismos o han dejado de ser tenidos en cuenta por la organización de la Fórmula 1 debido a problemas de dinero. Y dinero no es que le esté sobrando a una ciudad que se da el lujo de ver sus calles convertidas en ríos cada vez que llueve y a niños limpiavidrios creando su propio parque de atracciones acuáticas con el uso de basura que pulula en sus calles.

Habib Merheg Marún