JAIME OREJARENA

Lo que se ha repetido por estos días en los estadios del país, nos retrata de cuerpo entero: somos un país de gamines. Sujetos de mala cara y peor hablar, se apoderan del estadio de Medellín porque el “equipo de su alma” decide no darles más boletas ni más plata. A punta de piedra y obedeciendo a un plan pre establecido (lo cual raya en el concierto para delinquir), arman su protesta y, de paso, se enfrentan a la policía con todo lo que encuentran: palos, piedras, pedazos de barandas.

Mientras, sus colegas en la gaminería en Manizales, deciden meterse a la cancha a arreglar a los golpes directamente con los jugadores del Once Caldas porque transita peligrosamente hacia el pobre escenario de segunda categoría.

Y, como para ganarse el título de campeón de los gamines, sujetos disfrazados de hinchas del América viajan en un bus con armas de fuego, machetes y cuchillos.

Como este país tiene diez periodistas deportivos por habitante y otro tanto por kilómetro cuadrado, los hechos van tomando una aparente importancia gracias a que desde sus micrófonos estos adalides del periodismo se rasgan las vestiduras porque “algunos desadaptados afectan al espectáculo” como dirían pomposamente aquellos que hablan y escriben sobre un campeonato de quinta como si fuera la Premier de Inglaterra. Ellos también tienen su gamín adentro.

Porque eso somos: un país de gamines. Gamines en los estadios provocando disturbios, gamines invadiendo andenes para vender cuanta chuchería existe, gamines montando los carros y las motos en las zonas peatonales, gamines ocupando el espacio reservado para los discapacitados en los parqueaderos de los centros comerciales, gamines con un megáfono insufrible queriendo que les compremos mazamorra, aguacates o que les vendamos la chatarra, gamines de rumba en apartamentos con música y borrachos hasta la madrugada, gamines colándose en el transporte masivo, gamines escuchando a todo volumen su celular en espacios públicos, gamines que se adelantan en curva, gamines que bloquean calles y carreteras porque sí o porque no, gamines indígenas pidiendo limosna.

Gamines que preñan o se dejan preñar para procrear más gamines que alimenten el círculo de miseria, caldo de cultivo por excelencia de la gaminería. Gamines que le quitan el silenciador a las motos, gamines en buses y camiones que jamás aprendieron a manejar por la derecha, gamines que renunciaron a estudiar y nunca se lamentaron, gamines en conjuntos residenciales con tres o cuatro perros que educaron mal, cagan por todas partes y ladran insoportablemente. Gamines que tiran la basura por todas partes, gamines que salen misa a putear a todo el mundo.

Gamines que responden a tiros o tirando el carro a quien ose reclamarles sus brutalidades al volante, gamines que menosprecian a porteros y aseadores, gamines que enseñan a sus hijos con su mal ejemplo que la gaminería es un modo de vida admirable. Gamines que ni estudian ni trabajan, pero tienen cuanto subsidio idiota ofrece el Estado.

Lo sucedido en Medellín, Manizales y Cali, lo hemos visto en casi todas las ciudades dentro de los estadios, afuera de ellos y en las carreteras donde se encuentran los gamines con la camiseta de un equipo e intenciones de llenar de rotos de puñal o bala, la del otro. Y de nuevo, como antes, veremos, oiremos y leeremos reacciones que “condenan” los actos violentos y payasos que hablarán de los carnés, de las cámaras, de suspender las entradas o las tribunas. Aparte de gamines, dan risa.

Lo sucedido esta y tantas veces en los estadios, es solo una pequeña degustación del país que tenemos y no debería causar tanta alharaca ni sorprender a nadie: con esta proliferación de gamines en todos los niveles, es normal que al estadio vayan muchos y pase lo que pasa. Sorprende, sí, que con tanto gamín no pasen cosas más graves cada día en todas partes.

Mientras en este país no se eduque para ser mejores personas, vamos a seguir jodidos. Dentro y fuera de cualquier estadio. Como eso demora, aplicar las normas actuales bastaría para contener tanto gamín. Pero ya sabemos que en este país de gaminería sobran las normas y falta quién las quiera o las haga cumplir.

P/S: Por no pertenecer a la gaminería sino a una especie mucho peor, borré cualquier referencia a los políticos, la policía y los jueces, verdaderos creadores de tanto gamín.

JAIME OREJARENA