El segundo brote de ébola más grande del mundo está arrasando el este de la República Democrática del Congo. Ya ha matado a más de 1800 personas. Hasta hace poco, el virus había permanecido confinado en pequeñas ciudades y pueblos. Esto, hasta a principios de julio, cuando un pastor gravemente enfermo que había predicado en varias iglesias en la ciudad de Butembo llegó a Goma, una ciudad de más de dos millones de habitantes situada en la frontera con la densamente poblada Ruanda.

En su camino, el pastor pasó varios puntos de control de salud donde termómetros con forma de pistola apuntan a la sien de cada viajero para medir su temperatura y asegurarse de que no estén enfermos. Dichas pruebas se han realizado más de 80 millones de veces según el Ministerio de Salud congoleño. De alguna manera, el pastor logró pasar. Pero una vez que llegó a un centro de salud en Goma, le diagnosticaron ébola.

Debido a que era el primer caso en Goma, la Organización Mundial de la Salud emitió una advertencia formal señalando que la epidemia ahora corre el riesgo de propagarse internacionalmente, en particular a los países vecinos.

El pastor fue transportado de regreso a Butembo para recibir tratamiento, pero murió en el trayecto. Desde entonces, cuatro individuos aparentemente no relacionados fueron diagnosticados con ébola en Goma. Los primeros síntomas de la enfermedad son similares a los de una gripe grave o la malaria endémica, por lo que muchas personas no se dan cuenta de que tienen ébola hasta que es demasiado tarde.

«No iría al hospital», explica Jeannette Kahindo, con su bebé atado a la espalda. «No cuidan bien a las personas». Su amiga, Malumalu, que está sentada cerca, fue enviada a una unidad–instalación de aislamiento después de que fue a una clínica de salud pública para recibir tratamiento por un dolor de cabeza.

Los médicos pensaron que ella tenía ébola, por lo que analizaron su sangre tres veces, lo que tomó varios días. Jeannette estaba muy preocupada por su amiga: «Muchas personas que van allí, no regresan». De hecho, el ébola mata a aproximadamente dos tercios de las personas que infecta, pero los resultados de Malumalu fueron negativos.

El Ébola es uno de los virus más fuertes que ha existido, hasta la fecha no existe una vacuna que pueda controlarlo y por lo general, lo único que puede hacerse en aislar a los infectados hasta que una de dos cosas pasen: O mueren o se recuperan. El índice de recuperación no llega al 10% en todo el mundo.

Al igual que Jeannette, muchos no buscan tratamiento, preocupados de que si los médicos sospechan que tienen ébola, se los enviará a un centro de tránsito hasta que estén libres de la enfermedad. Durante ese tiempo, es probable que se acerquen a personas enfermas. Alrededor del 5% de todos los casos de ébola han sido trabajadores de la salud.

Durante el brote de ébola más grande en África occidental en 2014-2016, la utilización de los centros de atención médica disminuyó en casi un quinto, lo que provocó potencialmente miles de muertes por malaria u otras enfermedades tratables.

En su primer aniversario, el brote de África occidental ya había cobrado más de 10,000 vidas en tres países, más de cinco veces del brote actual en el Congo. Hay algunas otras diferencias clave.

«Después de la epidemia en África occidental, nació una esperanza con respecto al uso de nuevas tecnologías como la vacunación», explica el profesor Jean-Jacques Muyembe, que ahora encabeza el equipo de Respuesta al Ébola en la República Democrática del Congo (RDC). Con este brote actual, por primera vez se ha utilizado una vacuna experimental propiedad de Merck para combatir la epidemia. 180,000 personas ya han sido inoculadas.

Además, las pruebas de Ébola ahora se realizan en laboratorios móviles, ubicados cerca de la epidemia, lo que permite resultados más rápidos. «Estos son grandes avances», dice Muyembe.

Esta desconfianza se ha traducido, en algunas ocasiones, en violencia contra los agentes de salud que trabajan para la respuesta al ébola, provocando la quema de automóviles e incluso varios asesinatos. En los últimos cinco años, pistoleros desconocidos han estado matando personas en las afueras de Beni, uno de los puntos críticos de la epidemia, dejando mil muertos. Sus motivos son en su mayoría desconocidos, por lo que no es sorprendente que muchas personas crean que el virus es otra forma de atacar a su comunidad.

Muyembe dijo que se pondrá fin a la epidemia dentro de unos meses. «Simplemente nos basaremos en la participación de la comunidad. Este es, creo, el mayor obstáculo. Haremos todo lo posible para que las comunidades se comprometan contra esta epidemia».

Director: Habib Merheg Marún